EL ASESINATO DEL GENERAL PRATS
El
30 de setiembre de 1974 el General chileno Carlos Prats -paradigma de lealtad
al sistema constitucional- y su esposa Sofía Cuthbert fueron asesinados en
Buenos Aires, donde vivían exiliados, por la explosión de
una bomba colocada bajo su auto.
Se trata de uno de los hechos que demuestran que la
coordinación represiva antipopular en el Cono Sur no comenzó con la
formalización de la Operación Cóndor en la reunión multinacional de noviembre
de 1975 realizada en Chile, a la que más adelante le dedicaremos un tratamiento
particular.
Desde
años antes -e incluso décadas- las policías y
servicios de informaciones de nuestros países solían colaborar en la
persecución de militantes de izquierda o meramente opositores a las dictaduras.
Con
énfasis debemos resaltar la honrosa historia latinoamericana sobre la vigencia
del Derecho de Asilo, que era cultivado -a su
turno- por los gobiernos constitucionales. Así, daban refugio a los perseguidos
políticos de otros países.
A
continuación de la muerte del presidente Perón ocurrida el 1de julio de 1974 le
sucedió en el cargo su esposa y vicepresidente María Estela Martínez, con una
creciente influencia y actividad del ministro José López Rega y su organizacion
para-policial/militar Alianza Anticomunista Argentina.
Algunos
de los asesinatos cometidos por ese brazo del naciente terrorismo de Estado lo
fueron en coordinación con sus homólogos de las dictaduras ya instaladas en
Chile y Uruguay.
Stella Calloni (periodista y escritora, autora de “Operación Cóndor,
Pacto Criminal”) los calificó
en su declaración testimonial en el Juicio que nos ocupa como “Pre-Cóndor”,
porque en los hechos ya configuraban delitos con los ingredientes esenciales de
la Operación Cóndor.
Perón
había condenado el golpe de Chile que en setiembre de 1973 destituyó a Salvador
Allende.
El
general Carlos Prats fue jefe del ejército chileno con apego al orden
constitucional. Ante la traición de Pinochet -quien había simulado el mismo
apego-, Prats se asiló en Buenos Aires.
Perón
mantenía buenas relaciones personales con Prats, quien conservaba prestigio
ante muchos cuadros militares chilenos todavía en actividad. También era
apreciado por los exiliados políticos debido a sus cualidades personales y
lealtad al régimen constitucional, al tiempo que no tenía afiliación
partidaria.
La
dictadura pinochetista temía que Prats se constituyera en convocante de un
movimiento que denunciara al régimen y promoviera el agrupamiento de quienes
luchaban por restablecer el orden constitucional.
Entonces
le pidieron a la inteligencia del ejército argentino que lo vigilara.
Prueba
de ello es un documento desclasificado agregado en el Juicio de un informe
fechado el 27 de noviembre de 1973, diez meses antes del atentado a Prats.
Como
es habitual en ese tipo de documentos, tiene el setenta por ciento de su texto
tachado. Es decir que oculta más que lo que muestra.
Si
bien las tachaduras no permiten leer el lugar en que se emite, por su texto
está claro que se trata de un informe enviado por la estación en Santiago de
Chile a la central de la CIA (Agencia Central de Inteligencia estadounidense).
De
cualquier manera ese informe de la CIA permite leer:
“El General chileno Sergio Arellano,
comandante de la segunda División del Ejército, dejó Santiago para cumplir un
requerimiento del liderazgo de la Junta”.
A
continuación hay un primer punto ilegible de varios renglones de extensión.
Y
le sigue el siguiente texto:
“En Buenos Aires conversará con los
militares argentinos sobre toda la información que tengan en relación a las
actividades del Gral. (retirado) Carlos Prats, ex comandante en jefe del
Ejército Chileno. Arellano tratará también de llegar a un acuerdo para que los
argentinos mantengan la vigilancia sobre Prats y regularmente le informen a los
chilenos esas actividades.”.
No
se trata de una
simple información sino más bien una rendición de cuentas de la tarea cumplida,
obviamente por la CIA.
Cabe
señalar que el informe de la CIA se está refiriendo al mismo General Sergio
Arellano que había comandado en Chile, apenas semanas antes de la emisión de
ese documento, la llamada Caravana de la Muerte, por algunos de cuyos crímenes
resultaría condenado en su país en 2008.
El
documento acredita la importancia y el carácter que la dictadura chilena y la propia CIA confieren a la vigilancia
de los movimientos de Prats, poniendo a cargo de la gestión trasandina a un
militar de la jerarquía y experticia comprobada de Arellano.
Asimismo
evidencia las buenas relaciones de los jefes de la dictadura chilena con las
autoridades militares argentinas como para realizar una coordinación de ese
tipo en noviembre de 1973, tarea a la que la CIA no se mostraba ajena.
A
mediados de 1974 se instaló en Buenos Aires una delegación “reservada” de la
DINA, el servicio de inteligencia y operaciones del ejército chileno destinado
a la represión de militantes antipinochetistas.
Tal
delegación estaba a cargo de Enrique Arancibia Clavel.
El
Tribunal Oral en lo Criminal Federal 6 de esta ciudad, condenó en 2000 a
Enrique Arancibia Clavel a reclusión perpetua, en orden
a los delitos de asociación ilícita agravada y homicidio agravado por su
participación en el atentado terrorista contra el matrimonio Prats.
Esas actuaciones están incorporadas como prueba a este Juicio.
Arancibia Clavel guardó en su casa en Buenos Aires copia de su
correspondencia con la central de la DINA, digna de otro tema a analizar en el
futuro. No solo por su elocuente contenido testimonial durante los años del
Cóndor, sino también por el propio hecho de que un agente calificado de
inteligencia guardara impresa, al alcance de la mano de
los funcionarios judiciales que allanaron su casa, la
copia de su trabajo de años y luego la reconociera como auténtica en juicio.
En su
declaración testimonial en este juicio Stella
Calloni confirmó que en el asesinato del General chileno Carlos Prats y su
esposa Sofía Cuthbert “hubo una
coordinación previa a su concreción.”.
“Se esperó para realizar el atentado a
que muriera Perón –con quien el general
chileno mantenía correspondencia-. Prats ya había recibo varias amenazas y le
habían aconsejado que se fuera de Argentina.
Se le hizo un seguimiento el 14 de
septiembre, por ello Gladys Marín (quien militaba en el Partido Comunista de
Chile) le dijo que tenía que salir de este país; sin embargo él se quedó, ya
que no le entregaban el pasaporte.
El
30 de septiembre el militar chileno salió a cenar con su esposa Sofía y cuando
regresó, bajó del automóvil para abrir la puerta del garaje y se detonó un
artefacto explosivo. Ambos vuelan y del vehículo no quedó nada.
Refirió que en la vía pública, en ese
momento, no había luz. Lo que le hace presumir que habrían sido víctimas de una celada.”.
La propia Stella
Calloni ubica el automóvil en el momento de la explosión en la puerta del
garage del edificio donde vivía Prats, en la calle
Malabia 3351, Ciudad de Buenos Aires.
Me
permito una disgresión personal; cuatro años después del atentado conocí a
quien sería mi suegra, Judith, que vivía todavía entonces en Malabia 3340, es
decir justo frente al domicilio de Prats y aquella noche fatídica se encontraba
durmiendo en una habitación al frente de su edificio. Durante años ella
rememoraría con horror los efectos de la honda expansiva de la explosión, el
temblor, el tremendo ruido y especialmente el estallido de vidrios que produjo
en su casa la detonación.
Ya hemos señalado que Arancibia Clavel
fue integrante de la asociación ilícita que cometió el doble homicidio en 1974
y como tal fue condenado por la justicia federal en Buenos Aires, cuando
todavía la Operación Cóndor no se había formalizado.
Resta decir
que el artefacto explosivo fue confeccionado y activado por Michael Townley.
Así lo confesó
el propio Townley ante la Jueza Federal que instruyó el juicio que culminara
con la sentencia del Tribunal Oral Federal Nro. 6 ya referida.
Para ello la
Jueza María Romilda Servini de Cubría debió viajar a un lugar de Estados Unidos
donde el asesino aún vive con identidad reservada, después de su expulsión de
Chile en base a un acuerdo con el gobierno estadounidense en 1978.
El mismo Townley
fue quien posteriormente confeccionó la bomba colocada en setiembre de 1976
debajo del auto de Orlando Letelier, ex ministro de Allende, con idéntico
resultado de muerte para Letelier.
Sólo que ese
crimen de similar factura se cometió en el barrio de las embajadas en la ciudad
de Washington, capital de Estados Unidos, lugar obviamente bajo jurisdicción
estadounidense.
La
intervención del Poder Judicial de EEUU permitió instrumentar una negociación
de Townley con la fiscalía, que le permite hoy vivir en su país como testigo
protegido.
Pero
esa instrumentación es solo una fachada para pretextar la negativa de su país a
extraditarlo con el fin de juzgarlo tanto en Argentina como en Chile.
En este Juicio veremos que existen pruebas que
acreditan otros motivos más poderosos para negar tal extradición.